martes, 16 de junio de 2020

Discos son amores. Ey de Fito Paez

por Javi Kolker

Soy de la generación que escucha discos. No solo que los escucha sino que además los compra. Ojo. No soy de la generación que nombra a los discos o las canciones en castellano (ni loco le digo Humo sobre el agua a Smoke on the water o El lado oscuro de la luna a the dark side of the  moon) que quede claro. Esa gente es un poco mayor que yo.  La  explicación que le encuentro a este flagelo (chiste) es que en su época de juventud en Argentina los discos venían con los nombres traducidos.
Esa generación es la que se juntaba a escuchar los vinilos en la casa del que tuviera tocadiscos,  la que pasaba tardes enteras  en una pieza - a veces sentados en el suelo, a veces en una cama- alucinados por el último de Zeppelin o de Aquelarre.
Mi generación es distinta, pero también escucha discos enteros. No entiendo cuando me dicen “escuchaste la nueva canción de Charly?”… ¿Cómo la nueva canción? ¡Quiero escuchar el fucking discoooo!!
Hoy les voy a hablar de un disco en particular o más bien de un artista, pero no quiero analizarlo, sino más bien contarles lo que los relaciona con mi vida.

Ey adolescencia

Hacía más de un año que iba a aprender guitarra con el Belle. Más que guitarra, iba a aprender canciones. En esa época estaba bastante fanatizado con Silvio Rodríguez  -escuchaba a más no poder el disco en vivo en Argentina junto a Pablo Milanés-  y Ojalá era la punta de lanza de ese registro, así que fue la primera canción que quise saber. Yo tocaba un poco la guitarra pero no tanto como para aprender ese tema, y el Belle me lo dijo, pero me empeñé y conseguí interpretarlo bastante decentemente. Al principio  las clases eran en  mi casa, pero después de un tiempo me pidió si podía ir a la suya: todos los alumnos iban ahí, y se había armado como una sala para tocar y dar clases. 
Lo de la sala era verdad, pero en el verano nos sentábamos en el patio de esa casona vieja que compartía con otros amigos músicos, y entre cigarrillos y algún vino –de él-  íbamos buscándole la vuelta a la canción que yo quería aprender ese día.
Si yo llegaba con una de moda, tipo Cuanta mina que tengo de Copani, él se las arreglaba para burlarse de eso y por ahí te  cantaba “cuantos monos que tengo, cuanto moño que tengo”.  Pero a veces me sugería canciones y así termine tocando Será que la canción llego hasta el sol, Tema de Pototo y Muchacha ojos de papel de Spinetta,  Seminare de Serú Girán y Un rosarino en Budapest, del primer disco de Fito Paez.
Fan declarado de esos artistas y de varios más,  con su banda tenían que tocar covers de rock nacional de moda para laburar en los bailes y las fiestas. La banda sonaba súper bien y tocaban mucho Soda Stereo, Virus, y cuando querían que la gente descanse o se vaya a tomar algo metían una de David Lebón, que era lo que les gustaba de verdad.
Volviendo a la casa del Belle, me acuerdo que ahí siempre sonaba música  y había casettes desparramados por todos lados. Así fue que un día, cuando la clase se terminaba me dijo “Llevate este cassette, Javier”… y me alcanzó Ey, el álbum de Paez editado hace poquitos días.
Por algún motivo que no recuerdo no lo copié entero. Seguramente debía devolverlo al día siguiente, lo habré escuchado por arriba y mi cabecita de niño de 16 (1988) eligió las canciones más pegadizas o algo así. Lo cierto es que Ey sigue siendo uno de mis discos preferidos de Fito al día de hoy. Recuerdo haber escuchado cientos de veces canciones como Solo los chicos; Polaroid de locura ordinaria (basada en un relato de Bukowski, explicaban las revistas de la época); Por siete vidas (Cacería) y Canción de amor  mientras tanto y no recuerdo tanto las demás… me da la sensación de haberlas descubierto más tarde, cuando ya era fan del rosarino y había comprado todos sus CD.

Pasaron cosas

En el 89 terminé el secundario y me fui a estudiar a Buenos Aires sin saber muy bien por qué lo hacía.  Un amigo de Rosario se había ido a vivir allí por trabajo y nos veíamos seguido. Él tenía grabado el siguiente álbum de Fito, Tercer mundo, y  cada vez que iba a su casa el cassette se escuchaba de un lado y del otro durante todo el tiempo que duraba la visita… así que me lo aprendí casi de memoria.
Ya en el 92 salió El amor después del amor y se desató la Fitomanía: a cualquier departamento, cumpleaños, fiesta, etc., que uno fuera se encontraba con ese disco. Una y otra vez y otra vez más,  el rostro de Fito y sus larguísimos rulos negros nos miraban desde la tapa de El amor… y toda la historia de su romance con Cecilia Roth, y un vestido y un amor y la mar en coche. Invadían el éter como si de una plaga bíblica se tratara. Para ese entonces yo había descubierto que los artistas tocaban en teatros en Buenos Aires –en el interior casi no llegaban músicos de renombre- y que se los podía ir a ver con el simple hecho de sacar la entrada. Así que estuve en la presentación del disco en el Gran Rex, al año siguiente en un recital para la UNICEF en Vélez y después lo vi en unas vacaciones brasileñas en Canas Vieiras, etc.
Mi colección de CD se iba agrandando y ya tenía casi  todos los de Fito: Del 63, Lalala, Ciudad de pobres corazones, Ey, Tercer mundo, El amor después… no compré Giros porque la mayoría de las canciones estaban en un compilado llamado Crónica que fue el primer CD que tuve junto a Rattle&hum de U2 y que aún conservo. Pero sí lo compré más adelante para subsanar el tremendo error de no tenerlo y de perderme algunas canciones memorables como Taquicardia o  Alguna vez voy a ser libre.

Fito beat

Fue mucha la expectativa para con Circo beat –el disco post El amor…-, pero creo que todos los fans nos vimos bastante defraudados a pesar del empeño que le pusimos para que nos gustara. Más allá de la canción para el Negro Olmedo, Mariposa tecnicolor y algunas otras buenas piezas, el disco era bastante inferior a El amor (el  más vendido de la historia del rock nacional hasta hoy). A partir de entonces salieron muchos discos nuevos,  pero a excepción de Abre y Naturaleza sangre ninguno logró cautivarme –siempre había alguna que otra canción buena, claro… estamos hablando de un maldito genio- y solo volví a ver a Fito en vivo un par de veces que se arrimó a la zona: en Colón y en Paysandú.

Poco después llegó a nuestras vidas –la mía y la de mis amigos- el rock barrial (o chabón) de la mano de Los Piojos,  las fiestas del Condon Clu en la Federación de Box  donde veíamos tocar a Las Pelotas; los Obras de Divididos y los estadios de los Redondos. Pero eso ya es otra historia.


https://www.youtube.com/watch?v=9JoS4_7t9zs&list=PLWVo2tank-zy0TmThcO5cIW7OD-ZVbfPO

7 comentarios:

  1. Por siete vidas gran percusión de Osvaldo Fattoruso

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  2. Que buen relato Javi, hasta me sentí ahí. Yo nunca fuí muy fan de Fito, pero coincido con lo de genio.

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  3. Muý bueno amigo! Te faltó el detalle de que entre que salía "el último disco de..." hasta que nosotros nos juntábamos a escucharlo a veces habían pasado meses y hasta años... Gran abrazo!

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    1. Roman...te descifré.... tenes razón, y algunas de las cosas que escribo me las contaste vos....abrazooooo

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